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La alabanza nos lleva a proclamar lo que Dios ha hecho. Salmos 9:1 dice: “Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas.”
La adoración revela quien es Dios para y en nosotros. Salmos 95:6 dice: “Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.
En la alabanza podemos sentir la unción. En la adoración se manifiesta su gloria.
En la alabanza hablamos acerca de Dios. En la adoración le hablamos a Dios, y el nos responde.
En la alabanza somos conscientes del amor y grandeza de Dios. En la adoración, somos conscientes de su santidad.
Para llegar al punto de transición entre la alabanza y la adoración tenemos que ascender con una alabanza vibrante (llena de vida) fuerte y osada. Discernir el momento para que nuestra adoración llegue a ser tan profunda, como alta, abundante y poderosa.
La adoración es la invitación, el anhelo, es deseo, es el gemir y ruego de nuestro espíritu para que Dios se manifieste.
Dios no se manifiesta donde no es honrado. La verdadera adoración le revela y le honra.
La adoración es la invitación y el permiso que le hacemos a Dios para que el manifieste Su gloria de tal manera, que se siente el avance y aceleración de su reino en medio nuestro.
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